El Mirador de Turi es el punto de referencia para todo visitante de la ciudad de Cuenca (Patrimonio Cultural de la Humanidad por UNESCO) en Ecuador. Visitar este mirador es una actividad imperdible. Se trata de un balcón natural en la parroquia rural de Turi al sur de Cuenca. Una vista panorámica igual solo es posible desde su loma gemela, la de Cullca, al norte de la ciudad.

Turi es una derivación española de la palabra quechua Quri. Significa oro. Es el mejor ejemplo de la cristianización de un lugar de culto aborigen. Un templo católico se halla en su cima. La parroquia fue fundada civil y eclesiásticamente en 1853.

La economía local tiene como base el comercio de artesanías, la agricultura de subsistencia y últimamente el desarrollo de emprendimientos turísticos, como restaurantes. Otro sitio de reciente actividad es el columpio gigante, para los amantes de la adrenalina. La silla está sujeta por cables de acero a dos árboles enormes. Las personas se mecen sobre un barranco de 500 metros de profundidad. El vértigo es intenso. La vista espectacular.

Un mapa de cerámica colocado en la cima del mirador, realizado por el artista Eduardo Vega, ubica al observador los sectores de la ciudad y el valle que se están mirando. El taller de este artista se encuentra en el camino de subida al mirador de Turi. Desde esta altura se divisan las cúpulas de la Catedral Nueva y de varias iglesias del Centro Histórico de Cuenca. También se aprecia la parte baja de la ciudad, que se halla al otro lado del Barranco del Tomebamba y la Avenida Solano. Se puede apreciar los parques y la gran cantidad de áreas verdes de la ciudad. Una característica de Cuenca, extendida en el valle ante los ojos de sus admiradores, son los techos rojos de sus casas.

Los visitante pueden llegar al mirador en buses de dos pisos que se abordan en el Parque Calderón (o Parque Central) de la ciudad de Cuenca.

La iglesia dedicada a Nuestra Señora de la Merced de Turi fue construida en 1923. Desde cualquier sitio de la ciudad de Cuenca es posible verla. Otro elemento de religiosidad popular es la escultura de piedra del Señor de Belén, incrustada en la montaña. Su presencia está unida a la leyenda del Cañar (nombre de un pueblo autóctono previo a los Inkas) y el Niño Dios.